Apropósito del apellido “Caurey”
(en la grafía actual del guaraní boliviano sería: “Kaurei”)
Arakae ndaye (érase una vez, en aquel
tiempo primordial de los sagrados orígenes): “En esta larga guerra entre Dios y
el Demonio que culminará en el Juicio Final, sucedió una vez que Tumpa (Dios),
creó un hermoso pájaro, Señor y Rey de los cantores. Lo hizo magnífico, como
todas sus creaciones, deslumbrante, y de voz maravillosa, para que las demás
avecillas, en un anhelo de superación
emularan entre sí para alcanzar su voz, su porte y donosura.
Pronto
el caburé difundió el sortilegio divino de su voz, hechizando con su canto a
todos los moradores de la selva que le rodeaban, embelesados, dominados por la
magia de sus trinos.
Así
fue el caburé en un principio y así le conocieron generaciones y generaciones de
aves de la selva y la floresta.
Pero
el Rey de los cantores tenía un talón de Aquiles, un punto vulnerable como
todos los elegidos. No debía ser sorprendido durante el sueño a solas. Pero una
noche, por conjuro de los hados negros, el hermoso cantor se encontró solo en
la espesura. Había desgranado todo el día el concierto prodigioso de su voz, y
fatigado, quedó dormido. Aprovechó Aña (el demonio) esta ocasión única y le
introdujo el maleficio.
Al día siguiente el caburé
ya no era el mismo. Su voz había degenerado y su mansedumbre se había trocado
en ansias incontenibles de crimen. Ya no cantó más para embelesar a las
avecillas de Dios, sino para elegir su presa. Este cambio psíquico, trajo
también lentamente su cambio físico. El caburé, pervertido, criminal, maldito,
perdió sus hermosas formas tomando un aspecto vulgar. Pero las humildes
avecitas de la selva, por efecto todavía de aquel influjo mágico que Tumpa le dio,
acuden a su llamado fatal, donde pagan con la vida su devoción a la melodía y
la belleza…” (Fuente: http://www.folkloretradiciones.com.ar/superstic_leyendas/sup_ley_49.htm).
“EL
CABURÉ O CABUREI, TALISMÁN Y ENCANTO…
El
caburé es una pequeña ave de rapiña (Glaucidium brasilianum), de color castaño
con algunas manchas blancas (especialmente en el pecho) y dos oscuras en la
parte superior del cuello.
Tiene
cabeza grande, patas fornidas, uñas agudas. Grandes ojos de pupila negra e iris
amarillo.
Habita
en bosques de Entre Ríos, Misiones, Río Grande del Sur, Corrientes, Paraguay y
el Chaco.
Uno
de sus métodos de caza es particularmente llamativo: se posa en la rama de un
árbol elevado, da un grito dominador y penetrante y mira rápidamente a su
alrededor. Los pájaros que se hallan al alcance de su voz y todos aquellos a
quienes dirige su mirada, se aterran y entumecen. No pueden huir ni volar
sueltamente. Al contrario, como atraídos por un imán se encaminan hacia el
caburé, que matará dos o tres de ellos.
De
aquí que el ave haya ganado fama como una especie de magnetizador o
hipnotizador que atrae a los demás pájaros. Y como la magia procede por
analogía, entre la gente de campo es regla que quien tiene un caburé o, al
menos, alguna pluma de tal ave, puede darse por satisfecho: todo le saldrá bien.
El caburé o sus plumas atraen todo cuanto hay de bueno para el hombre. Por
ejemplo, atraen la suerte en el juego y en los negocios.
Y
no solamente en términos materiales, sino también en cuestiones amorosas. En
efecto, el afortunado hombre que lleve consigo una o más plumas de caburé, será
correspondido por la más esquiva de las hermosas. Por supuesto que, como en
todo asunto mágico, el buen resultado dependerá de la fe que tenga el portador.
Múltiples
historias avalan esta eficacia desde antaño: el paisano que se ganó la lotería,
el pulpero que hizo próspero su negocio, el galán que conquistó a la dama de
sus sueños...
El
ingenio popular recogió estas creencias, que incluso pasaron a la posteridad en
algún tango, como ser el tango "El Caburé" de A. De Biassi
A mí me llaman Caburé porque
soy
un tipo que me hago temer donde
voy;
y a más, yo tengo la virtud de
poder amar
la palomita más gentil que
quiera conquistar.
Cuando mi canción entono
no hay mujer
que pueda retener
el ansia de querer amar,
sin que la bonita presa
pueda escapar,
pues con mirarla nada más
la encanto con sagaz
empeño de aspirar su amor
como quien busca
en los jardines de la vida
la más perfumada flor.
Todos envidian
las virtudes de mi fe;
y las mujeres
tiemblan de miedo
apenas oyen
conversar del Caburé…” (Fuente: http://www.obsidianatv.org/articulo/60280/el-cabure-o-caburei-talisman-encanto)
Para escuchar el tango "El Caburé" de A. De
Biassi, disponible en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=sJsSkMLE3xc
UNA VERSIÓN MÁS ROMANTICA
UNA VERSIÓN MÁS ROMANTICA
La leyenda del Kaure’i
La
mañana aún no termina de despertar. Alarga sus brazos apenas luminosos sobre la
niebla que se levanta del lecho del río y se pasea por los campos y los cerros.
Se despereza lentamente.
Una
mujer joven, bellamente ataviada, corre por el monte hacia una choza ubicada en
la falda de un cerro poblado de árboles.
En
la puerta de la choza un viejecito. Un humo oloroso puebla el interior de la
humilde habitación.
El
pequeño viejecito, antiguo mago de aquellas comarcas, conocedor de las
propiedades de las plantas y capaz de crear filtros que curan todos los males
del cuerpo y del alma, bebe ahora una infusión caliente en la fresca mañana.
Con
calma, en la puerta de su casa, ve venir a la mujer y la recibe. De inmediato
sabe que se trata de una mbya y de alto rango. Lo descubre por sus adornos y su
vestimenta.
La
mujer llega desesperada y le solicita ayuda. Una tribu de salvajes la ha
raptado y ella ha podido escapar, pero ahora la persiguen. Desea que el viejo
comunique a su esposo, el cacique mbya, el lugar donde ella se encuentra.
La
mujer y el mago entran en la choza. Utilizando su magia, el viejo se comunica
con el esposo de la mujer y le revela el lugar donde ahora está.
Prepara
uno de sus mágicos caldos en una vasija adornada de colores que coloca sobre el
fogón que arde incesante. Por tres veces hunde su cayado en la vasija y luego
unta la frente de la mbya con una sustancia verde, repitiendo palabras mágicas
que la mujer no llega a entender porque están pronunciadas en una lengua
extraña y antiquísima.
Se
escucha el berrinche que, por el camino a la choza, vienen armando los
perseguidores de la mujer. Se escucha el grito de guerra que clama por la
mujer. Son gritos animalescos. Poco tienen de humano aquellas voces. Poco
tienen de humano aquellos salvajes.
La
mujer ha desaparecido del interior de la choza. Un pequeño pájaro sale por un
ventanuco y se queda mirando la barbarie desde la rama de un árbol. El mago se
ha tendido en el suelo como si estuviera muerto. Los salvajes entran en la
choza y le destrozan la cabeza con un hacha.
Buscan
a la mujer. Destruyen todo a su paso. Incendian la choza. Se concentran en su violenta
orgía de destrucción. El pequeño pájaro mira la escena horrorizado.
Llegan
las tropas del cacique mbya. El esposo de la bella mujer viene en su busca y encuentra
la cruel fiesta de los salvajes. Hacen prisioneros a los malvados. Buscan y rebuscan
por los alrededores. No hay rastros de la mujer. Sólo el cadáver del viejo mago,
con la cabeza aplastada y ahora carbonizado.
El
mbya manda a azotar a los salvajes, pero ellos no saben más que él. La mujer ha
desaparecido. De pronto, el cacique mbya se encuentra con el pequeño pájaro, lo
mira y el ave vuela hasta posarse en su mano. El cacique lo contempla estupefacto.
Nunca había visto un pájaro así. Las plumas de colores que lleva sobre la
cabeza son idénticas al adorno de su mujer. El mbya lo entiende todo. Llama a
sus hombres y emprende la vuelta a su aldea.
El
cacique mbya sabe que el encantamiento no podrá desatarse porque quien lo ha
hecho ha muerto y no hay nada en la tierra que pueda desatar un encantamiento
mágico sino el propio mago. Vuelve triste el cacique a su aldea.
Al
llegar entrega el pájaro a una sierva de la tribu. Una vieja bisca y
desdentada. Le pide que lo cuide como su mayor tesoro. El cacique se retira a
su lugar de descanso, pero lo único que allí logra es inquietarse aún más. Se
levanta y sale a vagar por el bosque.
Día
tras día las únicas palabras que dirige, las dirige al avecilla que canta para
él bellas melodías como antaño lo hacía su esposa. El cacique se vuelve hosco.
Lejano. Ya no quiere relacionarse con nadie. Evita a las mujeres jóvenes de la
tribu. Y sólo habla con la sierva a quien da las órdenes para que cuide al
pájaro.
Tiempo
más tarde, en uno de sus inquietos paseos por el bosque siente la sangre
bullir. El deseo lo ha alcanzado. Sabía que tarde o temprano esto pasaría, pero
no suponía que fuera de la manera en que se presenta. El cacique arde de deseos
por la sierva desdentada y bizca y sin poder evitarlo corre hacia la choza
donde ella vive.
Desde
entonces las tardes y las noches más ardientes las vive con aquella mujer
desdeñada por todos los hombres de la tribu. Las jóvenes de la aldea, indignadas,
no comprenden el comportamiento de su cacique y concluyen que la vieja le ha
hecho un paje.
Mientras
tanto el ave se vuelve cada vez más triste. Ya casi no canta y sale a volar de
rama en rama en vuelos cortos sólo durante las noches. Se le ve acongojada.
Las
jóvenes indias convencidas de que la vieja ha atraído al cacique con un paje,
se dirigen a visitar a una mujer sabía que vive detrás de los cerros. Una vez
allí la vieja les revela el secreto. “Quien posea al pájaro o siquiera una
pluma de él, poseerá al cacique”.
Felices
con el descubrimiento y decididas todas a apoderarse del mágico ave, las
mujeres vuelven a la aldea. Esa noche, sin tardanza, capturan al pájaro y cada
una de ellas se lleva una pluma para sí.
La
pasión despierta en el cacique que generosamente se entrega a las indias de su
aldea.
Una
noche en que el cacique está literalmente tirado en su hamaca, cansado ya de su
triste situación y sin poder gobernarse a sí mismo, escucha el canto del ave.
El mismo canto de antes pero renovado. Ahora suena con más fuerza. El cacique
se levanta y como hipnotizado sigue el sonido que lo conduce por el monte.
Camina como un sonámbulo. Ahí va el hombre detrás de las melodías que su esposa
le regalara con tanto cariño en los buenos tiempos. Ahí va detrás de la
felicidad. Tan concentrado y vivo se siente el mbya que no alcanza a ver el barranco
que enfrenta. Al fin pierde pie y cae en el profundo cauce de un torrente seco.
De
allí, rasgando el aire de la noche, surge un pájaro idéntico al que había
traído de su búsqueda. El pájaro sube y sube hasta encontrarse con su igual que
cantando melodiosamente le estaba esperando. Juntos, como siempre estuvieron,
como siempre estarán, marchan en la noche. Juntos en la melodía del amor que
nadie pudo separar. (Fuente: Gente Americana: Guaraníes.
Su vida y sus mitos, (s/a): 84-85).
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